jueves, 14 de diciembre de 2006

Vuelvo

Exilio es castigo. Un despojo de la libertad y de la oportunidad de vivir en paz. Mientras una nación se desarrolla con aires de progreso y un inminente cambio cultural, muchos expatriados, por obligación o a voluntad, viven de la miseria que les arrojan otros países, o en algunas ocasiones relegados a abrir los ojos en plena tempestad.

El derecho a tener una nacionalidad y a no ser privado arbitrariamente de ella ha sido reconocido en la mayoría de los instrumentos internacionales sobre derechos humanos y respetado por todos los países del mundo. Estos contemplan en sus constituciones la pérdida de la misma sólo por causales que importen una desvinculación voluntaria de la persona con respecto al Estado del que es nacional. Acorde con este principio, la Constitución de 1925 establece en su Artículo 6° que la nacionalidad se pierde: por nacionalización en país extranjero; por cancelación de la carta de nacionalización; y, por prestación de servicios durante una guerra a enemigos de Chile o de sus aliados.

Se entiende entonces que una tortura peor no puede existir. Dejar atrás parte de nuestras vidas y embarcarse casi por inercia en un viaje no deseado, es algo que ocurrió con muchas plumas sagaces de la literatura, las cuales debieron no sólo abandonar sueños, sino que caer en la impotencia y en la desazón de ver como un gobierno, -autoritario y fuera de la democracia- derribaba sus ideales escritos en un papel.

Más de medio centenar de chilenos exiliados fueron detenidos, asesinados y/o hechos desaparecer en el extranjero por agentes del Estado chileno y civiles a su servicio durante los años de la dictadura. Estos actuaron, la mayoría de las veces, en connivencia con agentes policiales y de servicios de seguridad de otros países.

Estos crímenes han sido objeto de diversas investigaciones que han contribuido a esclarecer lo ocurrido durante esos años y la forma de operar de los aparatos represivos de Chile y de la región, principal pero no únicamente mediante la llamada Operación Cóndor, promovida y coordinada por la Dirección Nacional de Informaciones (DINA).

Un millón de chilenos se dispersaron por cinco continentes del mundo, buscando amparo de la violencia impulsada por la Junta Militar. De ellos que tuvieron que salir, aproximadamente 6000 personas fueron específicamente prohibidos ingresar al país, sin saber si serían autorizados a volver o nunca más regresarían a Chile. En algunos casos, personas expulsadas en 1973 y 1974 esperaron 15 años hasta que la dictadura les permitió regresar. El exilio constituye la única pena indefinida en la legislación del mundo.

En las sociedades clásicas de la antigüedad, la griega y la romana, el exilio era la pena máxima a que podía ser sometido un ser humano. Aún peor que la muerte misma. Se podría hablar de una muerte en vida. Es, probablemente este castigo, al que se sometió por faltas extremadamente graves; sin embargo, esta pena era quizás, acotada en el espacio y el tiempo.

En el caso chileno, el exilio fue masivo, arbitrario e indeterminado; los chilenos fueron expulsados a las diferentes geografías, siendo la duración una fantasía traumática según cada uno.


Para los que vivieron cárcel, torturas físicas y psíquicas, se entiende que el exilio fue peor; que las huellas que ha dejado son profundas, perdurables, permanentes. Ahora entendemos que el exilio no termina.

El exilio conlleva la pérdida de la individualidad e identidad, y representa un quiebre psicológico con su propia historia, valores y cultura. La imposibilidad de definir un nuevo proyecto de vida, tanto por las barreras culturales como por resistencia psicológica a adaptarse a una situación no buscada ni querida, afecta a muchos exiliados.

A diferencia de los que emigran en busca de mejores expectativas o de desarrollo profesional, los exiliados no vivieron la salida como elección personal. Esto les significó desarraigo, pérdida del núcleo familiar, inestabilidad económica y emocional, desintegración familiar, pérdida de seres queridos, aislamiento, e incapacidad de programar la vida a mediano o largo plazo.

Ante el estereotipo que quiso imponer la Dictadura, aquello que decía que los chilenos exiliados estaban de vacaciones en los países europeos o norteamericanos; viviendo mejor que el común de los chilenos al interior de su país; que estaban gozando de beneficios y bienestar del desarrollo, es necesario decir categóricamente, que el exilio fue y seguirá siendo un cruel castigo. Desorientación, confusión, cansancio... una larga sombra.

El ser humano, según los antropólogos, sociólogos, psicólogos, historiadores, filósofos, médicos experimentales, etc., se define por lo que llaman Cultura. El ser humano, el hombre es indisoluble de su cultura y esta, a su vez, se asienta siempre en una tierra, en un espacio, con códigos y tiempos propios. Algunos llaman a esta cultura: Civilización. Sabemos que hay culturas originarias, muy antiguas, milenarias, como la mapuche, por ejemplo. Hay otras culturas mestizas, centenarias, como la chilena. El centro donde se asienta la cultura será siempre una tierra. Hoy vemos que los grandes conflictos existentes tienen que ver justamente con las culturas, con la tierra.

Es el largo proceso de adaptación y rechazo, de prueba y crítica; de formación de lenguajes y hábitos; de afectos y sentimientos; de expresiones como el arte y la construcción, de todo lo que nos rodea, es lo que a la vez constituye el sentido de identidad, de pertenencia. Entonces el hombre tiene una raíz.

Pensamos que es posible acercarnos a una reparación. Para ello es necesario, por parte del Estado, reconocer el daño hecho. Estimar este daño en una acción material para entonces indemnizar. Saldar las cuentas, si es que esto es posible.
Por M. San Martín

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