jueves, 14 de diciembre de 2006

¿Por la razón o la fuerza?

Cuando nos preguntan acerca de nuestra nacionalidad, respondemos casi por reflejo, pero realmente nos hemos puesto a analizar, ¿ por qué somos chileno? o ¿qué nos hace serlo?

Si no ha sido así, puede que este sea un buen momento.

Yo no hice nada para ser chilena, o al menos no lo recuerdo. No trabajé ni me esforcé por ello, simplemente sucedió. Se dio la ‘casualidad’ de que mis padres vivían en este país, largo y angosto, y que producto de su romance nació una niña entre mar y cordillera, en una hermosa geografía, donde sus habitantes luchaban por el control político de uno u otro partido, la economía era inestable, y se añoraba salir de la represión. Años más tarde, la gente saldría a gritar a las calles, por su Chile, ¿su Chile?

Pocas son las ocasiones en que gritamos por nuestro país, en que mostramos la camiseta, y con orgullo decimos ‘soy chileno’. Es que probablemente pocos comprenden que serlo, es más que celebrar un 18 de septiembre bailando (cumbias), tomando chicha y haciendo asados, porque sienten que eso es parte de nuestra idiosincrasia, porque lo sienten nacional. ¿Acaso alguien tiene conciencia de qué están celebrando? ¿Acaso nadie recuerda que nos independizamos de la corona en febrero y no en septiembre?

Uno debiera sentirse orgulloso de los logros personales, de aquellos que requirieron constancia, esfuerzo y dedicación. No podemos decir que es nuestro orgullo (aunque tampoco es algo que se escuche demasiado), porque no es gracias a nosotros que tenemos el país que tenemos, es gracias a nuestros antepasados, a los que sí lucharon por el país, para los que Chile, significaba una promesa, un nuevo territorio en el que poder concretar sueños… ¿o no? Porque eso es lo que se nos enseña.

En el imaginario colectivo, nuestra identidad nacional se construye en la base de ciertos mitos fundacionales que se expresan en el conjunto de los textos escolares, líricos y épicos tradicionales, que nos hablan de los ‘padres de la patria’, de los héroes que forjaron la nación y su carácter, al igual que el de sus conciudadanos. Con estos apoyos, se nos educa, y sistemáticamente se forma a individuos responsables de desarrollar políticas de asimilación cultural, que tienen como objetivo principal, transformar a todo quien haya nacido dentro de estas fronteras, en CHILENO.

Que ganamos ésta guerra, que por cierta falla, perdimos esa batalla, que se confabularon contra nosotros y quisieron destruirnos. Que nosotros somos los buenos y todos los demás países, los malos. ¡Eso no es así! ¿Por qué nos llenan de ideas ilusas? Después se admiran de lo egoístas que somos con el territorio, de que no queramos ceder mar a Bolivia, o de que haya ciertos jóvenes fanáticos por un Chile irreal. ¿De dónde van a nacer esos problemas, si no es de la educación, de las distorsionadas historias que nos cuentan de un país, que como todos o como todo, tiene defectos y virtudes, y no es un ideal?

Hablar, hoy en día, de un orgullo nacional es un tanto riesgoso, si no consideramos lo poco equitativo que es el país. Un porcentaje pequeño de la población chilena que ha podido estudiar, gana cinco o diez veces más que el otro amplio porcentaje, que corresponde a la mayoría de los habitantes, los cuales no han recibido una buena educación, o quizás ni siquiera la han recibido.
Mientras la clase media-alta disfruta de privilegios y ventajas, la clase media-baja, trabaja mucho, y se endeuda de por vida con sus gastos normales, para mantener la pauta de consumo marcada por otros. Así, es posible distinguir dos Chiles que no se juntan ni mezclan mucho. Teniendo presente esta dualidad, ¿es posible sentirse feliz de pertenecer a un país?, cuando en realidad lo que se podría, sería sentir agrado de pertenecer a cierto sector de él.




Cuando comparo haber nacido en Chile con haber nacido en otros países, veo ventajas y desventajas. Nacer en Chile no es malo, porque está situado en una posición bastante cómoda comparado con otros lugares llenos de conflictos. Si hubiera nacido en un país desarrollado, probablemente tendría una mejor educación o tendría asegurado mi futuro, pero quizás no tendría desarrollada la emotividad y la calidez de un chileno. Porque si bien no tenemos muy claro que es ser chileno, a la vista están nuestras virtudes y defectos. Porque podemos ser individualistas, poco tolerantes, pesimistas y ajenos a las tradiciones, pero también somos hospitalarios, fiesteros, querendones y solidarios.

Frecuentemente queremos sentirnos europeos, o norteamericanos, pero si no queremos saber lo que somos, ¿cómo pretendemos ser lo que no somos? Aún así, hay una luz que nos indica que, al menos, buscamos una identidad.
Debido a todos los cambios que se han dado desde la segunda mitad del siglo XX, nos hemos homogeneizado más con el mundo, siendo mucho más difícil definir lo que es ser ‘netamente’ chileno, ya que nuestra geografía nos invita a adoptar distintas costumbres de diferentes zonas del país, tanto como de otros países, convirtiéndonos en un mestizaje de elementos que han pasado a ser tan propios que olvidamos su procedencia.

Al fin y al cabo Chile es más que una celebración de tres días, más que un escudo y una bandera, más que un himno (que emociona sólo cuando lo escuchamos lejos de nuestra tierra), más que una dictadura y un poeta que nos identifique, Chile es su gente. Chile somos nosotros, engendros copiones, pero felices, que aunque no tengamos claro lo que somos, para allá vamos. Por la razón o la fuerza.


Por K. Reyes

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