jueves, 14 de diciembre de 2006

Soñando a ser Campeones del Mundo Una Batalla desigual que nos gusta emprender

El fútbol es sin duda el deporte insigne de los chilenos, ya forma parte de nuestra cultura, lo tampoco nos hace muy diferentes a otros países latinoamericanos. Sin embargo, Chile no fue concebido para el fútbol, pero agentes externos como los medios de comunicación, y nuestro propio orgullo nacional, nunca nos permitirá dejarlo ir.

Santiago, Chile. Fin de semana, Francisco Villavicencio, chileno, se encuentra con Diego Méndez, ciudadano uruguayo. Si no se trata de un chileno extraño, la reacción será de indiferencia, neutralidad, y en el caso de un chileno de horizontes amplios, entonces incluso se entablará una conversación amistosa para conocer acerca del otro país, enterarse de sus tradiciones, costumbres. etc. Sin embargo, si esta misma situación se da a dos días de un partido eliminatorio decisivo para un mundial, la respuesta de Francisco es completamente distinta. Surge un rechazo natural, y se crean miles de argumentos (no todos verosímiles) que apuntan a defectos, deficiencias, imperfecciones del hermano país. ¿Por qué?

Estudiemos analíticamente el caso, Uruguay es un país completamente indiferente para Chile, quiero decir, no es una nación que despierte el interés del chileno común.

Esta neutralidad tiene su origen, por ejemplo: no ha tenido un conflicto bilateral de trascendencia con Chile, en ninguna de las guerras que ha tenido nuestro país, Uruguay, ha estado inmiscuido, y la población uruguaya no es más cercana con la chilena, que con la de otro país de Sudamérica. En consecuencia, un uruguayo no debería ser una presencia molesta para nadie. Pero esto no es tomado en cuenta en vísperas de un partido eliminatorio. El apoya al equipo que puede sacar a Chile del Mundial, el es malo. Ese es todo el razonamiento.

La respuesta es producto de la pasión por el fútbol, o más bien, la pasión por lo que Chile puede representar ante el mundo, en el fútbol. Ellos representan a Chile, ellos son Chile.

Lo que en realidad ocurre es que el chileno responde agresivamente ante la posibilidad de derrota, incluso antes que esta ocurra. Miedo al fracaso. Temor a sentirse inferiores en un contexto socio-económico donde, se supone, si estamos siendo campeones. Esto quiere decir que hay algo detrás de participar en un mundial de fútbol.

Existe el deseo paralelo, además del mero y sabroso triunfo en un evento deportivo, de exhibir nuestra superioridad como país en todas las esferas. Luchando por ser los mejores siempre y en todo, muy acorde con el modelo exitista impuesto, y rápidamente adoptado por la población latinoamericana.

Esto nos hace recordar el obstinado interés de Adolf Hitler por demostrar la superioridad alemana ante las demás naciones, en los Juegos Olímpicos de 1936, Y también dejar en claro que podía ganar en todo.

Pero cabe preguntarse aun más profundamente, el origen de este creciente fervor y pasión por la Selección Nacional. Saber que hizo que las ciudades de Francia se vieran invadidas por cientos de hinchas chilenos en 1998. Es verdad, antes ocurría también, pero en los últimos 15 años ha sido un fenómeno que va en constante auge.

Es importante identificar al hincha, al apasionado por “La Roja”, el que se preocupa. Cuando hablamos de hincha no estamos hablando de un individuo limitado a un grupo en particular, ya sea este social, religioso o incluso político, o limitado a un territorio, sino a una identidad amorfa que se unifica con el sincero deseo de prestarle apoyo a Chile, en su forma de Selección de fútbol.

Este ferviente apoyo, no obstante, esta íntimamente relacionado con la serie cambios que ha ocasionado la fuerte influencia del mercado en el actuar social. Es interesante analizar una de las premisas planteadas por Eduardo Santa Cruz, en su ensayo “Fútbol y nacionalismo de mercado en el Chile actual”, que señala que se ha producido un cambio desde el hincha de antaño que va al estadio, grita como un loco y tiene un solo objetivo claro, al espectador-consumidor, que se limita a hacer todos los arreglos necesarios para degustarse viendo los partidos de la forma más cómoda, y consumiendo lo que le dice el medio que le entrega dicha comodidad.

Esto quiere decir que la labor de acrecentar la convocatoria a las instancias futbolísticas fundamentalmente radican en la publicidad de las empresas involucradas, en la prensa deportiva y los medios en general, los que inundan su programación con la temática. Un ejemplo concreto es el papel que cumple Coca-Cola en toda esta operación. Autoproclamada “primera hincha de la Roja” convierte sus spots publicitarios en verdaderas arengas patrióticas. Como dijimos, este discurso construye una idea de nación cuya característica central es la capacidad de competir con cualquiera en cualquier ámbito.

Tenemos los casos prácticos de como la presencia de la selección chilena en el
Mundial de Francia significó un aumento del 30% en la venta de televisores durante
el segundo trimestre de ese año, en relación con 1997. Otro caso que se cita para ese mismo período es la venta de balones de fútbol, la cual se cuadruplicó respecto del año anterior (Diario La Tercera, julio de 2000).

¿Que hace más importante al fútbol en relación a otros deportes? Es sabido que a pesar de tener un par de estrellas futbolísticas, el fútbol no es el fuerte de Chile, esa no es una sorpresa, para estos efectos tan solo basta compararlo con el tenis. Sin embargo, continua la insistencia por que Chile sea algo a nivel internacional, ya sea club o selección, futbolísticamente hablando, claro esta.

La respuesta es la clara identificación popular con este deporte. Recordemos que la generalidad de los chilenos han estado vinculados, de una u otra forma, con algún club. Estos, desde los inicios, ya sea en el campo o en la ciudad, se conforman por conocidos, vecinos y familiares, los cuales se organizan con el fin de jugar fútbol. En una primera etapa los roles de entrenador, dirigente y jugador son confundidos y desempeñados por las mismas personas. Esto hace que la gente forme parte del fútbol, se identifique con el, y en fin, ame el fútbol.

Y pesar de no ser geniales como Brasil, o imponentes como Argentina, Chile, mantiene su empuje y deseo firme de triunfar, el cual año tras año, y pese a las decepciones, es alimentado con esmero por los medios de comunicación (publicidad) y la esperanza del pueblo chileno que espera.


Muchas Gracias.
Por J. Armijo

Vivir en el Campo Hoy, es vivir en un Museo de Chile

La identidad rural esta íntimamente relacionada con la identidad chilena como tal, al menos así debería ser. Se tiene esa chilenidad por costumbre, se vive en un ambiente cotidiano, que para todo el Chile restante, es un mundo natural, autóctono, cultural y completamente identitario. Hoy vivir en el campo es vivir en un museo de historia natural de Chile.

Hasta hace un tiempo, pensar en un “chileno” significaba inmediatamente crear una imagen mental de un huaso a caballo, riendas, manta, espuelas, sombrero de paja, y en fin. Un huaso Quinchero cualquiera, o un similar como los que bailan para la Parada Militar. En su defecto surgía el ideal del roto chileno

Ahora no, identificar a un chileno es muy difícil, de hecho es fácilmente confundible con cualquier argentino, uruguayo o
peruano. Ya no existen rasgos identitarios claves que nos hagan reconocer al chileno de campo al menos. Esto obviamente es producto de la clara influencia globalizadota del los países del otro hemisferio que buscan hegemonizar no tan solo la economía, sino nuestra cultura. Esto para poder vender cada vez en forma más masiva. Pero esa es harina de otro costal, no tiene relación con el tema que no llama, y no cabe dar aquí un juicio valórico y subjetivo respecto al tema.

Sin embargo, y pese a todo, esa identidad de campo sigue latente, es verdad, algo distorsionada, con nuevos valores, pero continúa. Las ramadas aun existen, así como las fondas, tampoco deja de existir la cueca como baile nacional, de hecho se incita a aprender en las escuelas rurales. Quizás la música en general en las Fondas y Ramadas ha variado un tanto, pero no lo suficiente como para no sentir que eso es parte de Chile.
Es que a pesar de los cambios, Chile sigue teniendo ese campo, en que se pueden ver caballos, niños jugando al trompo. En fin, el cuestionamiento es que si la población de Chile, en general, siente que este escenario es en realidad su país. O si solamente se recuerda para una fecha en el año (septiembre, 18)


La gente de campo, al menos, esta convencida de que ese es el verdadero Chile, que las costumbres que aun se mantienen (en algunas áreas rurales más que en otras) son propias de nuestro país. Incluso se trata a la gente ajena al campo como “capitalinos”, o con los diferentes gentilicios de las ciudades más grandes y cercanas a los centros rurales.

Presentaremos una entrevista, realizada a una persona que esta en los dos rangos de los más orgullosos de ser chilenos, es mayor de 55 años y es mujer. Todo esto, según la Encuesta Nacional Bicentenario UC-Adimark. Su nombre es Mercedes Armijo. Y nos responde algunas preguntas respecto a su identificación con Chile.
Ante la pregunta relacionada acerca de su orgullo de ser chilena, dice: “Yo soy bien patriota, y soy de Colo-Colo”. Ella cuenta que lleva 88 años viviendo en el mismo país, y que decir de los demás, la misa región, la misma zona del país, también toda la vida. Ella nos responde que se considera orgullosa de ser chilena, que le encanta su paisaje, riquezas naturales y clima. Ella Dice: “si, yo creo que Chile es el Jaguar de Sudamérica”.

Todo esto último tiene sentido si vemos que en la encuesta Bicentenario UC-Adimark, el 85,7 % (la cifra más alta en esta pregunta) de los mayores de 55 años declaran sentirse plenamente identificados con Chile.

Pese a todo, reprueba totalmente la corrupción, las drogas y la delincuencia.

Hoy en día la población rural ha experimentado cambios irreversibles en el aspecto cultural, social, y económico. Los más afectados son los menores de 30.
El trabajo de campo se ha vuelto demasiado agotador para las nuevas generaciones que son expuesta a los medios de comunicación, los cuales les han mostrado el mundo que esta a su alrededor en su máximo esplendor. Además, esto se suma a la instalación de diversas empresas que otorgan puestos de trabajo estables (AGROSUPER, por ejemplo). Estos factores dan entre otras cosas, interés por conocer otras realidades, interés y posesión de dinero en forma regulada y constante, incentivo a los ánimos de competitividad.
Todo determina la pérdida de identidad rural, que a su vez, se vuelve una carga para enfrentar la aparentemente exitosa, y al mismo tiempo agitada y severa vida de la ciudad.

Como conclusión, debemos reflexionar acerca de que tanto valoramos, o al menos, que tanto respetamos al Chile Rural, que en algunos casos esta tan cerca. Se debe prestar especial atención al hecho de que el chileno de campo, no solo valora al Chile que experimenta directamente, sino que le da importancia, y se considera orgulloso de pertenecer a todo el país, del cual ha obtenido información por diferentes medios.

Por J. Armijo

Con Destino a Milán


Chilenos que simplemente no se acostumbran a este país. Individuos que viven aquí, pero que piensan como quienes viven tras el Atlántico. Así son algunos de los estereotipos de patriotas que lo único que esperan es tomar el primer vuelo fuera de esta larga y angosta faja de tierra.

Generalmente visten Armani, Dior o Channel, tienen el Mac más caro y más moderno de la temporada, buscan todo lo que tenga que ver con lo anglosajón y son adictos a la buena mesa y a los deportes. Son la especie más extraña pero más liberal de Chile.

Se trata de aquellos nacionales que no cómodos con lo que poseen en Chile, están siempre pensando y actuando como si vivieran en el Viejo Mundo. Tradicionalmente vienen del sector ABC1, pues más que dinero, en Europa y EE.UU., buscan posición, distinción y reconocimiento.

“Acá en Chile, las oportunidades no son tan variadas, y la vida se hace más confortable en un lugar en el cual tienes más modernidad, progreso y sociedad...Allá (En EE.UU.) todo es mucho más abierto e innovador”, dice María José Pimstein, dueña y socia de la tienda de zapatos Majas, la cual se nutre únicamente de productos estadounidenses de la reconocida marca Steve Madden.

Son chilenos jóvenes, que tal como la entrevistada, optan por vidas cargadas de lujo y dinero, pero muy lejos de nuestro país, pues no se sienten para nada chilenos, y las tradiciones y costumbres que reinan nuestra idiosincrasia son para ellos un mero espectáculo sin sentido ni gusto.

Mentalidades totalmente opuestas a lo tradicional de nuestra patria, es lo que encontramos en esta clase de chilenos, más abiertos y alternativos, que buscan en la lejanía lo que en Chile jamás encontrarán: progreso, tecnología y buen gusto. Para ellos es indispensable formar parte de un círculo social, y más aún si en Chile están relegados como un grupo bastante minoritario.

Chile se les hizo pequeño, y ellos nunca se sintieron parte de él. Para ellos esta nación es sinónimo de costumbrismo, conformidad y ritualismo, en cambio el progreso y la innovación que viven fuera de Chile los hace partícipe de un sistema en el cual se integran con plena facilidad. Europa y EE.UU. son sus destinos privilegiados, y no precisamente para viajar, sino para asentarse y formar familia.

Este grupo de personas ya no se conforma con nada patriota. Tan simple como que para ellos el 18 de septiembre se celebra afuera, y lejos de la raíz que los vio nacer. La historia no los liga a la tradición chilena ni nada por el estilo, pues para ellos el sentimiento nacionalista no existe, ya que viajan de un lugar a otro y se quedan en aquel que les brinde todo lo que buscan.

Más allá de críticas e infortunios, a estos chilenos la conformidad no les sienta bien, y el conocer acerca de otras culturas y vivir “a concho” todo lo relacionado con ellas, significa un paso importante en los desarrollos y logros personales de cada quien. Su visión del mundo es mil veces más desarrollada que la de cualquier chileno que jamás ha pensado en viajar siquiera a Argentina. Tienen un gusto increíble para ciertas materias, como son la gastronomía, la decoración y el vestuario.

Así entonces, se desarrolla en Chile una nueva gama de individuos que buscan fuera de nuestro territorio, acrecentar su poderío y lograr metas que acá son casi imposibles. Vivirán siempre pensando en lo último que se está llevando en París o Milán, pero jamás su preocupación estará del lado del blanco, azul y rojo de nuestra costumbre nacional.

Blanco, azul y rojo, tres colores son… ¿Y yo los llevo dentro de mi corazón?

Partiendo del lenguaje encontramos una connotación y una denotación de las cosas reales o abstractas, mas dentro de las diversas sociedades hallamos algunos conceptos o imágenes que son exaltadas, respetadas, y muchas veces, adoradas. Así nacen los símbolos y emblemas que hoy en día toda nación o pueblo poseen, y que, ya sea por costumbre u obligación, su gente respeta y acepta como base cultural y pertenencia territorial.


Si bien existen un sinnúmero de simbolismos dentro de una sociedad, así como: ciertos mártires, imágenes de santos, animitas, etc. podemos decir que los emblemas patrios de una nación o pueblo son, sin lugar a duda, los más aceptados y respetados ya que tienen carácter de oficiales y legales.

La creación de diferentes símbolos que representaran en forma oficial al Estado de Chile se hizo inminente y muy necesaria luego de la independencia. Los emblemas nacionales no sólo tendrían la misión que la institucionalidad de un país fuera internacionalmente reconocida, sino que también se constituyeran en los elementos de identificación del pueblo chileno. En aquel entonces era de vital importancia unificar a la nación dentro de una sola cultura, ya que los orígenes hispanos e indígenas sólo lograban acrecentar las diferencias, era inminente formar una nación mestiza. La forma más fácil y rápida de lograr fue sin duda la creación de emblemas nacionales.



En nuestra historia no ha existido una sola bandera, ni un solo escudo. Con el pasar del tiempo, los antiguos emblemas se fueron modificando, adquirieron nuevas formas y colores hasta llegar a lo que conocemos hoy. Los actuales símbolos patrios como lo son la bandera chilena, el himno nacional y el escudo patrio lograron ser oficialmente aprobados luego de que los variados cambios que sufrieron, tanto en su forma como en sus conceptos, dejaran contentos a los gobernantes de la época.


Los distintos símbolos hacen alusión a la riqueza natural y a las características más propias de nuestro país, un ejemplo de ello es el himno nacional al momento de hablar de la montaña, del cielo azul, de los rojos copihues, etc. También encontramos el escudo nacional que sostiene un cóndor, el ave más fuerte y corpulenta que puebla los aires de Chile, el huemul, cuadrúpedo más raro y singular de nuestro territorio; ambos animales llevan en la cabeza una corona naval de oro que simboliza las glorias marítimas. Y así podríamos seguir describiendo las diversas características de los emblemas nacionales, mas su significado en el inconsciente colectivo del pueblo chileno no es tan fácil de describir.



Resultan lógicas ciertas conductas sociales si tomamos como visión y forma de actuar de muchos chilenos la consigna del escudo nacional, “Por la razón o la fuerza”, ya que esta frase alude al legítimo uso de la violencia cuando el diálogo y el entendimiento se hacen infructuosos. Es indudable que podemos definir al Estado como la única institución que conforme a la ley, y que además es socialmente aceptada, tiene la facultad de ejercer la violencia en contra de sus propios ciudadanos cuando no se cumple alguna norma o ley. Partiendo de esta base el respeto por la autoridad, por los emblemas nacionales y por lo institucional se convierte en una forma de resguardarse y mantenerse en la sociedad, resulta lógico que todo individuo quiera sobrevivir y ser parte de la sociedad en que vive. "Todo habitante de la República debe respeto a Chile y a sus emblemas nacionales" (Inciso primero, del Artículo 22 de Constitución Política de la República de Chile) este enunciado nos demuestra la importancia que legalmente tienen los símbolos patrios, que por lo general, se distinguen de otros símbolos que puedan emerger espontáneamente de la ciudadanía, por su solemnidad y el fuerte respeto que todo chileno y extranjero debe tenerles.


Si recordamos una de las instituciones nacionales que da mayor valor a los símbolos y lo emblemas, el Ejército y las Fuerzas Armadas en general, apelan en todos sus formalismos y su disciplina al respeto a todo lo institucionalizado, a la jerarquía y el orden, al cumplimiento de ciertos deberes patrios, al acato indiscutido de la palabra de un superior, etc. En este tipo de organizaciones tan estructuradas y determinadas por valores fundamentales e inamovibles, encontramos el mayor fanatismo y adoración a los emblemas, los símbolos y las reglas.

Cuando rendimos honores a ciertas imágenes o simbolizaciones concretas, aceptamos en su totalidad lo que se pudiera imponer en una circunstancia dada; es decir, que si se dijera que hay que luchar en una guerra porque se deshonraron los emblemas nacionales, o si se hace una campaña publicitaria aludiendo a la nacionalidad (Ej.: “Si eres un chileno de corazón debes apoyar esta causa”), etc. estamos siendo en todos estos casos, actores dinámicos del fin primero de todo símbolo. Esto se refiere a que cualquier emblema pretende ser respetado, protegido y admirado, por supuesto que lo anterior conlleva al castigo del incumplimiento de cualquiera de estas demandas primordiales. ¿Si nos reconocemos como parte de un país o una nación debiéramos aceptar y respetar sus emblemas? En una apreciación personal, no creo que debamos cumplir al pié de la letra con lo que los emblemas impuestos institucionalmente nos exigen, sino que a mi juicio tiene mucho más valor un símbolo cultural propio y distintivo de cada pueblo, que a fin de cuentas es mucho más verdadero.


Por C. Veas

Vuelvo

Exilio es castigo. Un despojo de la libertad y de la oportunidad de vivir en paz. Mientras una nación se desarrolla con aires de progreso y un inminente cambio cultural, muchos expatriados, por obligación o a voluntad, viven de la miseria que les arrojan otros países, o en algunas ocasiones relegados a abrir los ojos en plena tempestad.

El derecho a tener una nacionalidad y a no ser privado arbitrariamente de ella ha sido reconocido en la mayoría de los instrumentos internacionales sobre derechos humanos y respetado por todos los países del mundo. Estos contemplan en sus constituciones la pérdida de la misma sólo por causales que importen una desvinculación voluntaria de la persona con respecto al Estado del que es nacional. Acorde con este principio, la Constitución de 1925 establece en su Artículo 6° que la nacionalidad se pierde: por nacionalización en país extranjero; por cancelación de la carta de nacionalización; y, por prestación de servicios durante una guerra a enemigos de Chile o de sus aliados.

Se entiende entonces que una tortura peor no puede existir. Dejar atrás parte de nuestras vidas y embarcarse casi por inercia en un viaje no deseado, es algo que ocurrió con muchas plumas sagaces de la literatura, las cuales debieron no sólo abandonar sueños, sino que caer en la impotencia y en la desazón de ver como un gobierno, -autoritario y fuera de la democracia- derribaba sus ideales escritos en un papel.

Más de medio centenar de chilenos exiliados fueron detenidos, asesinados y/o hechos desaparecer en el extranjero por agentes del Estado chileno y civiles a su servicio durante los años de la dictadura. Estos actuaron, la mayoría de las veces, en connivencia con agentes policiales y de servicios de seguridad de otros países.

Estos crímenes han sido objeto de diversas investigaciones que han contribuido a esclarecer lo ocurrido durante esos años y la forma de operar de los aparatos represivos de Chile y de la región, principal pero no únicamente mediante la llamada Operación Cóndor, promovida y coordinada por la Dirección Nacional de Informaciones (DINA).

Un millón de chilenos se dispersaron por cinco continentes del mundo, buscando amparo de la violencia impulsada por la Junta Militar. De ellos que tuvieron que salir, aproximadamente 6000 personas fueron específicamente prohibidos ingresar al país, sin saber si serían autorizados a volver o nunca más regresarían a Chile. En algunos casos, personas expulsadas en 1973 y 1974 esperaron 15 años hasta que la dictadura les permitió regresar. El exilio constituye la única pena indefinida en la legislación del mundo.

En las sociedades clásicas de la antigüedad, la griega y la romana, el exilio era la pena máxima a que podía ser sometido un ser humano. Aún peor que la muerte misma. Se podría hablar de una muerte en vida. Es, probablemente este castigo, al que se sometió por faltas extremadamente graves; sin embargo, esta pena era quizás, acotada en el espacio y el tiempo.

En el caso chileno, el exilio fue masivo, arbitrario e indeterminado; los chilenos fueron expulsados a las diferentes geografías, siendo la duración una fantasía traumática según cada uno.


Para los que vivieron cárcel, torturas físicas y psíquicas, se entiende que el exilio fue peor; que las huellas que ha dejado son profundas, perdurables, permanentes. Ahora entendemos que el exilio no termina.

El exilio conlleva la pérdida de la individualidad e identidad, y representa un quiebre psicológico con su propia historia, valores y cultura. La imposibilidad de definir un nuevo proyecto de vida, tanto por las barreras culturales como por resistencia psicológica a adaptarse a una situación no buscada ni querida, afecta a muchos exiliados.

A diferencia de los que emigran en busca de mejores expectativas o de desarrollo profesional, los exiliados no vivieron la salida como elección personal. Esto les significó desarraigo, pérdida del núcleo familiar, inestabilidad económica y emocional, desintegración familiar, pérdida de seres queridos, aislamiento, e incapacidad de programar la vida a mediano o largo plazo.

Ante el estereotipo que quiso imponer la Dictadura, aquello que decía que los chilenos exiliados estaban de vacaciones en los países europeos o norteamericanos; viviendo mejor que el común de los chilenos al interior de su país; que estaban gozando de beneficios y bienestar del desarrollo, es necesario decir categóricamente, que el exilio fue y seguirá siendo un cruel castigo. Desorientación, confusión, cansancio... una larga sombra.

El ser humano, según los antropólogos, sociólogos, psicólogos, historiadores, filósofos, médicos experimentales, etc., se define por lo que llaman Cultura. El ser humano, el hombre es indisoluble de su cultura y esta, a su vez, se asienta siempre en una tierra, en un espacio, con códigos y tiempos propios. Algunos llaman a esta cultura: Civilización. Sabemos que hay culturas originarias, muy antiguas, milenarias, como la mapuche, por ejemplo. Hay otras culturas mestizas, centenarias, como la chilena. El centro donde se asienta la cultura será siempre una tierra. Hoy vemos que los grandes conflictos existentes tienen que ver justamente con las culturas, con la tierra.

Es el largo proceso de adaptación y rechazo, de prueba y crítica; de formación de lenguajes y hábitos; de afectos y sentimientos; de expresiones como el arte y la construcción, de todo lo que nos rodea, es lo que a la vez constituye el sentido de identidad, de pertenencia. Entonces el hombre tiene una raíz.

Pensamos que es posible acercarnos a una reparación. Para ello es necesario, por parte del Estado, reconocer el daño hecho. Estimar este daño en una acción material para entonces indemnizar. Saldar las cuentas, si es que esto es posible.
Por M. San Martín

¿Por la razón o la fuerza?

Cuando nos preguntan acerca de nuestra nacionalidad, respondemos casi por reflejo, pero realmente nos hemos puesto a analizar, ¿ por qué somos chileno? o ¿qué nos hace serlo?

Si no ha sido así, puede que este sea un buen momento.

Yo no hice nada para ser chilena, o al menos no lo recuerdo. No trabajé ni me esforcé por ello, simplemente sucedió. Se dio la ‘casualidad’ de que mis padres vivían en este país, largo y angosto, y que producto de su romance nació una niña entre mar y cordillera, en una hermosa geografía, donde sus habitantes luchaban por el control político de uno u otro partido, la economía era inestable, y se añoraba salir de la represión. Años más tarde, la gente saldría a gritar a las calles, por su Chile, ¿su Chile?

Pocas son las ocasiones en que gritamos por nuestro país, en que mostramos la camiseta, y con orgullo decimos ‘soy chileno’. Es que probablemente pocos comprenden que serlo, es más que celebrar un 18 de septiembre bailando (cumbias), tomando chicha y haciendo asados, porque sienten que eso es parte de nuestra idiosincrasia, porque lo sienten nacional. ¿Acaso alguien tiene conciencia de qué están celebrando? ¿Acaso nadie recuerda que nos independizamos de la corona en febrero y no en septiembre?

Uno debiera sentirse orgulloso de los logros personales, de aquellos que requirieron constancia, esfuerzo y dedicación. No podemos decir que es nuestro orgullo (aunque tampoco es algo que se escuche demasiado), porque no es gracias a nosotros que tenemos el país que tenemos, es gracias a nuestros antepasados, a los que sí lucharon por el país, para los que Chile, significaba una promesa, un nuevo territorio en el que poder concretar sueños… ¿o no? Porque eso es lo que se nos enseña.

En el imaginario colectivo, nuestra identidad nacional se construye en la base de ciertos mitos fundacionales que se expresan en el conjunto de los textos escolares, líricos y épicos tradicionales, que nos hablan de los ‘padres de la patria’, de los héroes que forjaron la nación y su carácter, al igual que el de sus conciudadanos. Con estos apoyos, se nos educa, y sistemáticamente se forma a individuos responsables de desarrollar políticas de asimilación cultural, que tienen como objetivo principal, transformar a todo quien haya nacido dentro de estas fronteras, en CHILENO.

Que ganamos ésta guerra, que por cierta falla, perdimos esa batalla, que se confabularon contra nosotros y quisieron destruirnos. Que nosotros somos los buenos y todos los demás países, los malos. ¡Eso no es así! ¿Por qué nos llenan de ideas ilusas? Después se admiran de lo egoístas que somos con el territorio, de que no queramos ceder mar a Bolivia, o de que haya ciertos jóvenes fanáticos por un Chile irreal. ¿De dónde van a nacer esos problemas, si no es de la educación, de las distorsionadas historias que nos cuentan de un país, que como todos o como todo, tiene defectos y virtudes, y no es un ideal?

Hablar, hoy en día, de un orgullo nacional es un tanto riesgoso, si no consideramos lo poco equitativo que es el país. Un porcentaje pequeño de la población chilena que ha podido estudiar, gana cinco o diez veces más que el otro amplio porcentaje, que corresponde a la mayoría de los habitantes, los cuales no han recibido una buena educación, o quizás ni siquiera la han recibido.
Mientras la clase media-alta disfruta de privilegios y ventajas, la clase media-baja, trabaja mucho, y se endeuda de por vida con sus gastos normales, para mantener la pauta de consumo marcada por otros. Así, es posible distinguir dos Chiles que no se juntan ni mezclan mucho. Teniendo presente esta dualidad, ¿es posible sentirse feliz de pertenecer a un país?, cuando en realidad lo que se podría, sería sentir agrado de pertenecer a cierto sector de él.




Cuando comparo haber nacido en Chile con haber nacido en otros países, veo ventajas y desventajas. Nacer en Chile no es malo, porque está situado en una posición bastante cómoda comparado con otros lugares llenos de conflictos. Si hubiera nacido en un país desarrollado, probablemente tendría una mejor educación o tendría asegurado mi futuro, pero quizás no tendría desarrollada la emotividad y la calidez de un chileno. Porque si bien no tenemos muy claro que es ser chileno, a la vista están nuestras virtudes y defectos. Porque podemos ser individualistas, poco tolerantes, pesimistas y ajenos a las tradiciones, pero también somos hospitalarios, fiesteros, querendones y solidarios.

Frecuentemente queremos sentirnos europeos, o norteamericanos, pero si no queremos saber lo que somos, ¿cómo pretendemos ser lo que no somos? Aún así, hay una luz que nos indica que, al menos, buscamos una identidad.
Debido a todos los cambios que se han dado desde la segunda mitad del siglo XX, nos hemos homogeneizado más con el mundo, siendo mucho más difícil definir lo que es ser ‘netamente’ chileno, ya que nuestra geografía nos invita a adoptar distintas costumbres de diferentes zonas del país, tanto como de otros países, convirtiéndonos en un mestizaje de elementos que han pasado a ser tan propios que olvidamos su procedencia.

Al fin y al cabo Chile es más que una celebración de tres días, más que un escudo y una bandera, más que un himno (que emociona sólo cuando lo escuchamos lejos de nuestra tierra), más que una dictadura y un poeta que nos identifique, Chile es su gente. Chile somos nosotros, engendros copiones, pero felices, que aunque no tengamos claro lo que somos, para allá vamos. Por la razón o la fuerza.


Por K. Reyes

Libertad y respeto... ¿Eso es ser neo-nazi?













Si vemos por la calle a un hombre o mujer con una svástica tatuada, con bototos de cordones blancos, rapado al cero, y por lo general, moreno y de pelo oscuro, no creeríamos que Hitler lo hubiera aceptado entre sus filas. Sin embargo, vistiendo de esta forma se distinguen del resto los neo-nazis chilenos, pero... ¿Conocemos qué partido u organización avala este tipo de ideologías?

“Un partido que luche por generar una verdadera Unidad de Destino en el Alma de la Nación, y que permita a Chile sostener sus propias Tradiciones, Valores y Costumbres, y su fundamental Libertad, Independencia y Soberanía…” Esto es lo que pretende el PNS (Patria Nueva Sociedad), como opción política para el siglo XXI en Chile. Esta organización, que desde el primero de mayo de 1999 se fundó en Puerto Montt, surge como “un movimiento con vocación de futuro y con pleno respeto por las mejores tradiciones de la República. Un movimiento que tiene como principal objetivo, acceder al poder político de la nación”. Así es como se definen, como jóvenes conscientes de su rol social y que pertenecen a una “Nueva Era” en la que están dispuestos a dar todo con tal de asegurar el bien común de la patria.

Hacer una reseña histórica de lo que han sido los partidos pro-nazi en Chile no es cuento nuevo, sin embargo es importante hacer notar su presencia desde 1930 con el Movimiento Nacional-Socialista de Chile (MNSCH), donde se forjaron los mártires de los actuales descendientes de esta corriente, así como Carlos Keller y Jorge González von Marées.

De los principios fundamentales de esta nueva variante del antiguo Nacional Socialismo (NAZI), nos encontramos con sorprendentes afirmaciones que muchas veces jamás atribuiríamos a un grupo político que desciende del nacionalismo de 1940. En el sexto principio del PNS hallamos: “La valorización, respeto y promoción de la cultura, lenguaje, tradiciones, costumbres e historia de las diversas comunidades humanas en el planeta, expresadas en la Nacionalidad…” Así también en el decimosexto lugar: “La Soberanía surge del respeto y reconocimiento de la Comunidad del Pueblo como fundamento de la Nacionalidad, y por lo tanto considera su expresión en los aspectos educacionales, culturales, ecológicos, económicos, sociales y políticos de la Nación, y su preservación y fomento por parte del Estado. La Soberanía implica el respeto, preservación y conservación del Territorio en que habita la Nación.” Y añadiendo en el undécimo puesto: “La concepción de que la diversidad Cultural y Biológica del Ser Humano, constituye la forma en que nuestra especie se adapta al Planeta, y el modo en que evolucionamos, expresado en la defensa, preservación y respeto de todas las culturas y razas humanas, sin excepción alguna.”

Resulta increíble la constante alusión al respeto y la libertad de las diversas culturas y razas. Si recordamos las recientes muertes y golpizas a grupos “punks”, a travestís o prostitutas, a vagabundos, etc. surge una terrible incoherencia entre lo dicho y lo hecho. Sin embargo, y a pesar de ser una de las organizaciones más importantes y con más adeptos, no se les puede atribuir toda la responsabilidad en estos hechos, ya que no podríamos descartar la participación de otros grupos, o incluso rencillas personales. Ahora bien, lo que sí podemos contrastar es la indudable presencia, es decir, la territorialidad que han marcado estos nuevos movimientos nacionalistas, debido a la constante amenaza de agresión que manifiestan hacia diferentes grupos marginados por la sociedad postmoderna.

Dentro de esta organización en particular, nos encontramos con la “Ecofilosofía” término que en un primer momento perece muy ajeno al conocimiento popular, pero que no obstante los redactores del portal web del movimiento
http://www.accionchilena.cl/Ecofilosofia/Default.htm o bien, http://www.pns.cl/ ) se encargan de definir con simples términos: “… Trata de -En palabras de Gregory Bateson-, dar "Pasos hacia una Ecología de la Mente", es decir, hacia la comprensión del modo en que nuestras ideas y juicios determinan la "realidad" en que vivimos, y afectan al Planeta. Se trata de buscar perspectivas más amplias y horizontes más lejanos, que nos ayuden a repensar y repensarnos como especie, para encontrar algunas respuestas viables a la crisis en que nos tiene sumidos el Materialismo, y de la cual sólo es posible escapar si somos capaces de generar una alternativa válida y contrapuesta.”

Una terrible confusión se apodera de nosotros cuando intentamos relacionar todos estos conceptos de: nacionalidad, soberanía, ecofilosofía, etc. porque dentro de los principios básicos de este movimiento existe un revoltijo de ideólogos, pensadores, científicos, filósofos, es decir, intelectuales; que más que dejar en claro la postura del partido confunde y divide cualquier atisbo de definición exacta del pensamiento central. Son innumerables las teorías que según ellos avalan su innovadora ideología, pero no podemos negar que esta mescolanza en su pensar quita cierto grado de credibilidad que puedan lograr. Sin embargo hay que recalcar el sorprendente aumento de militantes que poseen y lo rápido que se corre la voz en lugares tanto de clase alta como de clase baja.

Existen distintas formas de abordar la importancia del pertenecer a un país, una nación, o una patria, mas la ignorancia a veces puede transformarse en violencia. Si recorremos la historia de las ideologías totalitarias de los años treinta y cuarenta, podemos darnos cuenta fácilmente que este grupo de latinoamericanos no sería considerado como una raza superior ni nada que se le parezca, sino más bien serían exterminados o esclavizados por el sólo hecho de no tener un desarrollo genotípico y cultural similares.
Por C. Veas